lunes, 19 de febrero de 2018

- Las tierras de Fiordland y el mágico fiordo Milford Sound (Nueva Zelanda)

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Nos despedimos de la costa oeste neozelandesa, observando por la ventanilla del vehículo que nos trasporta, como dejamos atrás la población de Haast. La carretera litoral que hemos recorrido hasta aquí apenas continúa 50 kilómetros más allá, hasta las cuatro casas y una calle que forman la población de Jackson Bay, después de este lugar ya se entra en las inaccesibles y aisladas tierras de Fiordland, el mundo de los fiordos neozelandeses, el sur del sur. Una de las zonas más sobrecogedoras y bellas de Nueva Zelanda, cincelada por remotos glaciares que se extendieron por estas tierras hace más de 100.000 años, con lo que su paisaje está caracterizado por majestuosas cascadas de agua que caen libremente a profundos y oscuros fiordos. Profundos, espesos e impenetrables bosques conforman una intransitable selva, ahora protegidos por el Fiordland National Park, el Parque Nacional más grande de todo el país (12.500 km²), declarados ya en 1990.Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. 

Esa inaccesibilidad, nos hace abandonar la dirección sur y tomar la de levante, dejando la costa y dirigiéndonos hacia el interior, ascendiendo todo el curso del rio Haast hasta introducirnos en medio de las Montañas Aspiring y traspasarlas por el legendario "Paso Haast". Al igual que el Gran Oeste del norte Americano o la Patagonia Argentina, estos territorios se tardaron en colonizar debido a su escabrosa geografía, siendo a mediados del siglo XIX cuando "el hombre blanco" se consagró en la búsqueda de nuevos y vírgenes parajes para dedicarlos a aprovechamientos agrícolas o minerales. Fue a principios de 1863, cuando el geólogo Johann Franz Julius von Haast (Julius von Haast) dirigiendo una expedición en busca de un trayecto terrestre factible entre el este y el oeste de la isla meridional neozelandesa, encontró la ruta accesible a través del río Makarora, cruzando los Alpes del Sur por el lugar que ahora lleva el nombre del científico teutón "Haast Pass". Y si bien, un buscador de oro llamado Charles Cameron se intentó acreditar como su "descubridor", siendo Haast el distinguido con llevar su nombre, atravesando su expedición al "collado" el 23 de enero. Esta ruta fue la vía habitual para los maoríes que cruzaban hacia el oeste en busca de "pounamu" (la piedra verde "jade").

Estamos transitando por uno de los parajes montañosos más admirables de Nueva Zelanda, el Parque Nacional del Monte Aspiring, que emplazado en la línea divisoria de los Alpes del Sur y el Monte Aspiring, nos regala una impresionante gama de paisajes durante nuestro recorrido. Cruzando el sorprende bosque tropical por el que circulamos, observamos un entorno de altas montañas tapizadas por la densa vegetación, sobre la que destacan los fascinantes helechos neozelandeses, que en esta zona adquieren alturas impresionaste llegando a superar en algunos casos los 10 metros. Franqueamos angostos y sugerentes puentes, así como cascadas (Thunder creek y Fantail falls) en medio de la tupida foresta. Estamos rodeados de una naturaleza pura y deshumanizada, formada fundamentalmente por hayas que se han mantenido intactas desde la noche de los tiempos, no existiendo ningún asentamiento habitado en cien kilómetros a la redonda. 

Franqueado el collado y descendiendo por el valle glaciar de Makarora, nos paramos para acercarnos hasta las idílicas, sugerentes, trasparente y frías aguas de "Blue Pool", las piscinas de azul turquesa que llaman la atención a cuantos las visitan. En realidad es un tramo del rio al que se llega tras un breve paseo entre los árboles y cruzando un par de puentes colgantes. La razón de esta original tonalidad se debe a los diferentes contenidos minerales de las sales glaciales presentes en sus aguas. 

Continuamos bajando hasta llegar a los lagos Wanaka (45 km. de longitud y 193 km2. de superficie), que juntamente con el Hawea (141 km². de extensión con una longitud de más de 40 km), prácticamente paralelos y gemelos, fueron formados por glaciares hace 10.000 años, tiempos en los que se encontraban unidos. Hoy tan solo se encuentran separados por una estrecha franja de tierra conocida como The Neck (El Cuello), que tiene solo 1.500 metros de ancho, y desde la cual se divisan unas extraordinarias vistas. 

En Wanaka, la población más meridional del lago y ciudad vacacional por derecho y poderío, tomamos la ruta "Crown Range Road" (Por la Línea de la Cima), la carretera asfaltada más alta de Nueva Zelanda, alcanzando los 1121 metros de altitud en Crown Range Summit, toda una proeza para estas latitudes. Cruzando la genuina aldea de Cardrona, observamos en la orilla de la calzada una valla repleta, a más no poder, de sujetadores femeninos (teteros), tarea que se ha puesto de moda en este lugar y que con asentimiento realizan, al parecer, muchas de las damas que por aquí pasan, consiguiendo que esta pequeña población sea famosa en el mundo por ello. 

Ya descendidos de las alturas nos desviamos unos pocos kilómetros para allegarnos a la tornasolada, vetusta y vivaz población minera de Arrowtown, que cual decorado cinematográfico, se ha mantenido tal cual se creó en plena fiebre del oro allá por el año 1862, con su barrio chico y los almacenes de la época.



Ya solo nos queda recorrer los veinte kilómetros que nos separan de Queenstown, para llegar hasta la llamada "Capital Mundial de los Deportes de Aventura', uno de los principales destinos para los visitantes de Nueva Zelanda. Ubicada a orillas del hermoso lago Wakatipu, bulliciosa, pintona, alegre, desenfadada y cosmopolita, aunque también con un toque espurio, Queenstown da la bienvenida a todo al que a ella se acerque. Consiguiendo agradar a los miles de multicolores visitantes que hasta este lejano "sur" neozelandés se trasladan consiguiendo calmar sus ansias aventureras o agitando sus serenas holganzas.

Independientemente de poder hacer "puenting" en sus múltiples modalidades, pues fue aquí donde se inventó esta "gili-actividad", lo mejor que podemos realizar en Queenstown, es trasladarnos hasta el extremo norte del lago Wakatipu (45 km.), a unos cuarenta minutos por carretera de Queenstown, donde se encuentra el pequeño asentamiento de Glenorchy. Desde allí y en medio de unos paradisiacos paisajes, podemos acceder a parte del Parque Nacional del Mount Aspiring, al comienzo de una de las más interesantes caminatas de estas tierras el Routeburn Track, a algunas de las escenografías de las películas del Señor de los Anillos "Lord of the Rings", y hasta acercarnos a Paradise Valley (Valle Paraíso) donde observar las rocosas paredes y los glaciares colgados del Mount Earnslaw, sin duda una propuesta mucho mejor que hacer el "mandria" tirándose desde un puente a través de una chiclosa cuerda...... que me perdonen los ninfoadenalinos por esta aseveración, pero es mi parecer.

Pero Fiordland (tierra de fiordos) zona abrupta y montañosa, la esquina suroeste de Nueva Zelanda y el sur del sur neozelandés, aun nos deparará algunas sugerentes y maravillosas sorpresas. Un recorrido de aproximadamente 300 km. desde Queenstown, nos conduce al más accesible y afamado de todas esas lenguas de mar que penetrando en la tierra cual enormes "rías· fueron formadas por los glaciares en épocas cuaternarias................... se trata del fiordo de Milford Sound, descrito como la Octava Maravilla del Mundo.

En cantidad de ocasiones el embrujo de un viaje no lo encontramos solamente en el objetivo final, puede que la ruta o el trayecto hasta llegar a esa meta marcada sean tan gratificantes como el motivo principal. Este es el caso del recorrido que nos lleva por la Milford Highway (carretera de Milford) hasta llegar a sugerente fiordo de Milford Sound, aunque como fue nuestro caso, sea en medio de una poderosa tormenta de lluvia y en medio de una tozuda niebla. Aun así, recorrer parte de sus miradores o atravesar el legendario y casi centenario túnel Homer (1935-1953), se convirtió en una experiencia mitológica. 

A nuestra llegada al coger la embarcación para recorrer el sugerente y afamado fiordo, y como no podía ser de otra forma; "pues dios siempre protege al buen marxista" (nota literal del profesor Tierno Galván); la climatología que hasta ese momento había sido de lo mas nefasta y negativa, se tornó radiante y espectacularmente agraciada para nosotros, espectadores de un escenario sin igual. Las nieblas iban poco a poco disolviéndose, como si fueran la elevación del telón en la tramoya del gran teatro de la naturaleza, los cielos recuperaban sus azulados tonos, la brisa retornaba a su suave acariciar y las aguas marinas sosegaban sus impulsos.  

Por doquier que nuestra vista otease, chorreaban aguas por las montañas, efecto único que solo ocurre después de fuertes aguaceros, pues gran parte de las hermosas cascadas que se pueden admirar durante la singladura son de flujo estacional, naturaleza en estado cien por cien salvaje, algo realmente increíble. La actividad de la vida marina volvía a resurgir: focas, delfines y otras faunas (entre ellas piragüistas de kayak), se nos hacían visibles. El espectáculo se transformó en grandioso, con el regalo añadido de la poca actividad
humana habida en la zona debido a la avanzada hora y a lo desafortunado del día. Pero para nosotros un buen regalo de las deidades, que una vez más habían escuchado nuestras piadosas plegarias, y así tal cual, la magnífica representación de la "natura" en estas latitudes se alargó más de dos horas y media, en que la embarcación tardó en realizar su periplo por las aguas del mágico fiordo. 
 
Definido por el escritor Rudyard Kipling como la "octava maravilla del mundo", Milford Sound ha sido cincelado por los glaciares durante los últimos 10.000 años, donde el mar de Tasmania se abrió paso por entre abruptos abismos que el algunos casos superan los 1.200 metros de desnivel, llegando a adentrarse hasta 15 kilómetros tierra adentro formando el fiordo más espectacular y vistoso de toda Nueva Zelanda, solo comparable para mis ojos con el de Tasermiut de Groenlandia. 

No fue hasta hace un millar de años que este territorio fuera horadado por el ser humano, siendo los maorís en busca de pesca y de su piedra sagrada "poumanu" (jade verde que se encuentra es sus orillas), los que hasta aquí se acercaron. Pasando mucho tiempo inadvertido para los visitantes europeos, al ser casi invisible su entrada desde el mar, habiendo pasado inadvertido hasta dos veces para el Capitán Cook que pasó dos veces por sus proximidades sin percatarse de su existencia. 

En 1823, un cazador de focas llamado John Grono fue el primer colono europeo en llegar hasta aquí. Pero el verdadero pionero y explorador de estas tierras por merito propio es el escocés Donald Sutherland, quien llego junto con su perro en 1877 convirtiéndose en el primer residente permanente de Milford Sound. Sutherland había llevado una vida interesante, habiendo servido desde 1840 en varios ejércitos y marinas mercantes, así como siendo cazador de focas y buscador de oro.  

Sutherland eligió el lugar para vivir construyendo su cabaña cerca de lo que ahora es la cascada Lady Bowen (la más próxima al embarcadero). Y aunque vivió como un eremita durante muchos años, siempre imaginó que Milford se convertiría en una floreciente ciudad. Siendo durante sus exploraciones y cacerías cuando descubrió las impresionantes cataratas que posteriormente llevarían su nombre. 
El asilvestrado, montaraz y casi salvaje pionero de estas tierras andaba buscando una ruta viable entre Milford Sound y Wakatipu Lake el 10 de noviembre de 1880, cuando vislumbró en la distancia a través de los árboles la afamada caída de agua, siendo el primer europeo en ver las cataratas que ahora llevan su nombre. 

Con sus casi 600 m. de caída, desde el lago Quill al valle de Arthur, las cascadas de Sutherland fueron por un tiempo reclamadas por los neozelandeses como las más altas del mundo, aunque todavía no se conocía por
aquella época la del Santo Ángel en Venezuela de 979 m de altura, con una caída ininterrumpida de 807 m. Desde el poblado de Milford Sound, un recorrido de unos 22 km. por parte de la ruta del "Milford Track", ascendiendo el valle de origen glaciar del rio Arthur (370 m. de desnivel), nos llevara hasta la esplendida caída de agua.  

La fortuna de Donald como aventurero-rastreador mejoró en 1890 al casarse con Elizabeth Samuels, una viuda astuta e ingeniosa. La pareja construyó el Chalet de Milford Sound para dar acomodo al creciente número de caminantes e intrépidos turistas que acudían cada verano con más abundancia, a través de la recién inaugurada Ruta a Milford "The Milford Track". Comenzando a extenderse los comentarios de la intacta belleza de la región, haciendo que más y más caminantes llegaran cada temporada. 

Cuando Donald murió repentinamente en 1919, su cadáver quedó sin enterrar durante cinco semanas hasta la próxima visita de un vapor del gobierno, ya que el cuerpo era demasiado pesado para que Elizabeth lo moviera. La dama, se quedó en Milford Sound, vendiendo el Chalet al gobierno en 1922 por £ 1000 (equivalente a $ 94,000 de 2014), muriendo al año siguiente. El chalet fue substituido por un nuevo albergue gubernamental en 1928, siendo el hotel que podemos encontrar en la actualidad construido en el año 1954, pero ubicado en el mismo lugar donde estaba situada la casa original construida por Donald Sutherland en 1878. 

The Milford Track es la ruta senderista de gran recorrido más famosa de Nueva Zelanda, que descubierta por Quintin MacKinnon en 1888, se abre paso por una de las áreas silvestres más impresionantes del mundo, estando considerado como el segundo mejor trekking de todo el planeta. Un sendero entre paisajes alpinos y fiordos, que durante más 150 años ha entusiasmado a excursionistas de todas las latitudes, por uno de los parajes más bellos del globo. El recorrido de algo más de 50 km, y cuatro días de duración, comienza al extremo del lago Te Anau, transita por bosques de árboles centenarios, cruza ríos de aguas esmeraldas sobre pequeños puentes colgantes, circulado por idílicos lugares y pasos montañosos con vistas que quitan la respiración. Mostrándonos durante la travesía cristalinos lagos, altísimos picos de montañas y enormes vistas de sus valles. Además de acercarnos a la brumosa brisa de las ya comentadas cataratas Sutherland, la más alta de Nueva Zelanda.  

De retorno de estos idílicos paisajes, volviendo sobre nuestros pasos y recorriendo nuevamente la orilla del lago Te Anau y la población que lleva su nombre, nos despedimos de estas sorprendentes, fascinantes y seductoras tierras visitando las insólitas cuevas que se encuentran frente a la población, en la otra orilla del inmenso lago. Un fascínate espectáculo generado por las luciérnagas "glowworm", que sorprende y desconcierta a todo aquel que las visite, para recorrer tanto a pie como en barca, parte de su interesante recorrido. A través de un misterioso mundo subterráneo de corrientes de agua, que transcurren primeramente por una diaclasa medio iluminada acondicionada para caminar, para después en silenciosa oscuridad, ser obsequiándonos con mágico espectáculo que representan los techos tímidamente iluminados por el mágico, tenue y azulado brillo que originan los cientos de puntos esmeralda, que cual un universo nocturno se presentan ante nuestra vista. 

Los "glowworm", son las larvas luminiscentes de unas orugas llamadas Arachnocampa Luminosa, que solo se pueden encontrar en Nueva Zelanda y en el este de Australia. El hábitat idóneo de estos "gusanos luminosos" se encuentra cualquier lugar oscuro donde puedan colgarse, siendo lo más normal hallarlos en cuevas, pero también pueden encontrarse en paredes o muros de zonas húmedas y oscuras. 

Estos insectos parecidos a los mosquitos en su estado natural, pasan a lo largo de su corta vida (10-11 meses) por tres fases: huevo, larva e insecto adulto. Siendo durante su periodo larvario cuando estos insectos generan una luz que atrae a otros insectos, atrapándolos a través de unos pegajosos hilos que cuelgan de ellos. Una vez que alcanzan el estado adulto, solo viven 3 ó 4 días, ya que no tienen boca ni aparato digestivo con lo que es imposible su supervivencia. Una nueva sorpresa que nos regala esta naturaleza de las antípodas y los fascinantes mares del sur.

lunes, 5 de febrero de 2018

- West Coast …… la Costa Oeste de la isla Sur de Nueva Zelanda

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Partimos en temprana y soleada mañana desde la sosegada bahía de Wellington para cruzar el estrecho de Cook, y aunque la brisa litoral era fresca a esa hora del día en la cubierta del ferry, las ganas de acercarnos a nuevas tierras y paisajes, nos hacia soportar de mejor manera el aire que provenía del la isla Sur de Nueva Zelanda, próximo destino que nos aguardaba al final del trayecto marino. Para ello, tenemos que introducirnos y recorrer el hermoso y sugestivo fiordo Marlborough Sound y llegar a la población de Picton que, aunque situada en la orilla del mar, se encuentra a 35 km. del interior de la isla.  

Durante cientos de miles de años, el proceso de inmersión de la placa tectónica Indoaustraliana bajo la placa del Pacífico, ha generado que segmentos del paisaje de la isla Sur de Nueva Zelanda se encuentren sumergidos. Los angostos canales marinos norteños de Marlborough Sound y la zona sureña de Fiordland son ejemplos de altas cadenas montañosas que se han "hundido" en el mar, creando espectaculares estrechos y fiordos. Áreas que nos brindan algunos de los escenarios más pintorescos de estas australes tierras, con salvajes colinas revestidas de abundante vegetación que se descuelga hasta profundas y calmadas bahías. 

La Isla Sur, la mayor de las dos que forman Nueva Zelanda y la duodécima más grande de nuestro maltratado planeta, se encuentra dividida longitudinalmente por los Alpes del Sur o Alpes Neozelandeses, producto de la colisión de las placas telúricas antes mencionadas. Característica y larga cordillera que cuenta con 17 cimas de más de 3.000 metros de altura, convertida en barrera natural a lo largo de toda la isla, que dificulta la comunicación entre la costa oeste y este de la isla. Montañas, que en gran parte están protegidas por distintos Parques Nacionales, como Aoraki/Mount Cook, Westland, Fiordland o Mount Aspiring, conformando el área de conservación "Te Wahipounamu", declarada en 1990 Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. 

Una leyenda maorí nos traslada: que durante un viaje por el mar, la canoa en la que iban Ngai Tahu, Aoraki y sus hermanos (hijos de Rakinui "el Padre Cielo") volcó, y cuando lograron salir nuevamente a flote, el gélido viento del sur los transformó en piedra. Convirtiéndose la canoa en la Isla Sur (Te Waka o Aoraki), y Aoraki y sus hermanos en las cumbres de los Alpes del Sur. Montañas que un día emergieron del mar y que recorren el lado occidental de la isla. 

Desembarcamos en Picton, ciudad que cruzamos como una exhalación ya que debemos visitar los viñedos de Malbourough, afamados por estas tierras. Y si bien sus cepas se extienden por miles de hectáreas a nuestro alrededor y su comercialización se multiplica año a año, su calidad-bouquet, para los que habitamos latitudes mediterráneas, deja de desear, sobre todo en sus tintos elaborados fundamentalmente con cabernet sauvignon, algo de merlot y pinot noir. Si bien los blancos de aroma afrutado, obtenidos a base de sauvignon o chardonnay, se salvan de la crítica de este humilde "cata caldos"…………. pero es así y hay que decirlo, no tienen nada que enseñar, ni de coña, a nuestros "morapios" rivereños, ya sean del Duero, Ebro o de galaicas cepas, y no es "patria" lo que me lleva a escribir estas notas.
 
Otro tema es el de los curiosos y hermosos mejillones de "labio verde", que hemos ido viendo por distintos supermercados del país, y que a partir de ahora los observaremos de forma más abundante. Siendo aquí, en el restaurante "The Mussel Pot" de la pequeña población de Havelock, donde degustamos sus distintas formas de aderezo y condimentación, quedando todas ellas gustosas a nuestro paladar. Y como los menestrales-camareros se enrollaron de buena manera y modos con los hispanos-mesetarios que hasta aquellas tierras hubiéramos llegado, se creó en mágico momento para aleccionarles en las practicas de la correcta elaboración de unos buenos "carajillos", como colofón de la manduca de los "mitílidos" bivalvos.  

Estos moluscos, de tonalidades verdosas en su exterior y lejanas tierras, al parecer no solo poseen propiedad favorables para su condumio, siendo cada vez más usados para la mejora en las articulaciones de los humanos, al tener un contenido extraordinariamente alto en glicosaminoglicanos, unos aminoazúcares muy valiosos, que se encuentran también de forma natural en el tejido conjuntivo humano, ayudando a normalizar la producción de líquido sinovial de nuestras bisagras óseas.

Repuestos de los mejillones, del chardonnay y de los carajillos, llegamos a media tarde hasta la población de Nelson. Otra más de esas ciudades insulsas y sosas de las que está lleno este país, donde solamente distinguimos una plazuela bajo la Catedral con algo de animación en las terracitas situadas en la calle. Sin embargo Nelson es el punto de partida para visitar el magnífico y sorprendente Parque Nacional Abel Tasman, que situado en plena costa noroccidental de la isla meridional de Nueva Zelanda y en medio mar de Tasmania, nos pareció una simbiosis entre las selvas amazónicas y las paradisiacas playas de islas vírgenes. 

Un salvaje territorio formado por pequeñas bahías rodeadas de exuberantes bosques tropicales, playas de finas y doradas arenas permanentemente bañadas por cristalinas y turquesas aguas, encantadores afloramientos rocosos de granito, caliza o mármol, cuevas, ríos, así como extraordinarios y sugestivos estuarios… una belleza que brinda la naturaleza en su máximo esplendor. 

Es allí, donde realizamos parte del "Abel Tasman Coastal Track", un sendero que recorre durante cuatro días todo el litoral de esta singular e inalterada costa. También pudimos disfrutar de un recorrido marino por prácticamente todo su perímetro, admirando su naturaleza y virginidad. Eso sí, rehuyendo la práctica de kayak, otra de las actividades que por sus aguas se realizan.

Fue en 1642 cuando el explorador neerlandés Abel Janszoon Tasman llegó hasta estas costas en su viaje y descubrimiento de estas tierras hasta entonces ignotas para los occidentales, sufriendo uno de sus navíos un ataque por parte de los maoríes a bordo de sus "Wakas" (canoas), en el que cuatro de sus hombres perdieron la vida. Siendo a raíz de este hecho, que Tasman denominó al lugar como la Bahía de los Asesinos, hoy es conocida como Golden Bay, nombre mucho más apropiado para nuestros días. 

Continuando nuestro periplo hacia el sur, siempre al sur, y a medida que nos introducimos en los territorios de esta maravillosa isla, notamos como todo se va trasformando en más indómito y salvaje. Siendo innumerables los lugares que deberíamos de recorrer y visitar, pero que en esta entrega nos centraremos en su Costa Oeste, la "West Coast" o Westland, siendo a partir de la población de Westport cuando verdaderamente entramos en ella. Un lugar medio salvaje, repleto de ríos y selvas tropicales, glaciares y tesoros geológicos, que con apenas de 50 kilómetros de ancho y 450 km. de longitud, es la zona del país con menos densidad de población, apenas unas 31.000 personas, convirtiéndose en la Nueva Zelanda profunda, siendo su localidad más grande Greymouth (13.300 habitantes). La carretera que la recorre, se comenzó por los dos extremos, uniéndose a mediados del siglo pasado en Knight´s point, sin haber hasta entonces conexión terrestre, solo marina. 

Algunos de sus paisajes más afamados son: El cabo Foulwind donde observar su pequeña colonia de focas y leones marinos, las rocas en forma de panqueques y los géiseres marinos de Punakaiki, las turquesas aguas de la garganta de Hokitika. Siendo esta zona también la única fuente de jade (pounamu) de Nueva Zelanda, cuyos yacimientos se encuentran en los ríos que la recorren. Pero sobre todo sus paisajes costeros, con bucólicas y sernas vistas. 

Para alimentar nuestro estomago y por ser la hora precisa para ello, además de estar lloviendo, paramos en Ross, la mas "autentica y genuina" población de Nueva Zelanda. Ciudad minera dedicada a la búsqueda de oro desde principios del siglo XIX, y con una población de apenas 350 habitantes, es la esencia del carácter de estas gentes, los "coasters", personas independientes, autosuficientes y austeros, pero a la vez, inmensamente amigables y hospitalarias, con un sutil encanto y perverso sentido del humor. Es aquí en Jones Creek cerca de la población, donde  en 1909 se encontró la pepita de oro más grande de Nueva Zelanda "Roddy Nugget", que del tamaño de un puño, pesaba algo más de 3 kg. 99.63 onzas, aunque pequeña si se compara con pepita de oro más grande del mundo, el "Welcome Stranger" (Bienvenido Extraño), de un peso de bruto de 109 kg. hallada en Moliagul, Australia, en 1869.  

La pausa en Ross nos sirvió para también alimentar nuestro espíritu, pues el lugar elegido para comer fue el fantástico "Historic Empire Hotel", un bar, pub, café, restaurante, salón de billar, hotel y sitio de reunión para lugareños y mineros cerveceros, que parece salido de otro tiempo, y no es su decoración……………. es así, de otro tiempo, siendo posible encontrar en él polvo de hace 100 años. Construido en madera pintada de amarillo mostaza, tiene más de 100 años y su interior es una verdadera sorpresa para cualquiera de los sentidos, repleto de insignias pasadas de moda, fotos amarilleadas por el paso del tiempo, chucherías, polvorientas antigüedades, recuerdos y un cartel de aspecto desgastado que pedía información sobre la misteriosa muerte de un viajero en la playa unos años antes. 

Su olor a humo también es real, desprendido de su gran chimenea de leña, que sin parar, va quemando enormes troncos para calentarse mientras se toman unas pintas servida directamente del grifo. El techo está cubierto de billetes de banco de todo el mundo, y una fotografía enmarcada de un político local de principios del siglo XX, que mira hacia abajo por encima del mostrador, como si quisiera ver el calendario de chicas desnudas que hay por detrás de la barra. Al ambiente se agrega su hermosa y lustrosa barra de tablón, así como el hueco de la escalera de madera que conduce a los alojamientos. Más allá de la mesa de billar se encuentra el aseo de mujeres con un letrero que advierte sobre un límite de peso a 250 kg. en contraposición del retretes de hombres al que se puede acceder sin ninguna limitación de peso.  

El piano, acorde con el resto de la decoración, nos los imaginamos en veladas nocturnas con el ambiente cargado de humo de tabaco, y las notas que salen de sus amarillentas teclas de marfil, movidas por los dedos de algún pianista local tocando melodías de antaño. Al fondo está el comedor, y junto al piano en una sala continua, es donde se cogen las vituallas de la comida (cordero asado, pescado, sopa, puré, patatas fritas, salsas, ensaladas, etc.) que aunque se podría denominar "buffet", es lo más dispar y anacrónico a ese método frio e impersonal para servir, distribuir o repartir los condumios.

El local obtuvo su licencia por primera vez en 1866, hace algo más de 150 años, y aunque se incendió en 1908 fue reconstruido ese mismo año. Actualmente lo rigen con cariño y entusiasmo Mark y Paulette Brown, unos increíbles anfitriones que van en armonía con el establecimiento, gente cálida, acogedora e increíblemente ocupada. Visitar el Historic Empire Hotel es una experiencia imprescindible si visitamos estas tierras, un viaje en el tiempo que vale la pena realizar, pudiendo llegar a sentir el tipismo de la vida real de la Costa Oeste. Conservando ese encanto del viejo mundo, es un lugar tan autentico que bien merecen estos párrafos.  

Unos ciento diez kilómetros más adelante llegamos a la región de los glaciares, esos ríos helados que en su tiempo de esplendor por estas tierras casi llegaban al mar, hablamos de entre los 10.000 y 15.000 años atrás. Alcanzando su máximo esplendor en tiempos modernos a principios del siglo XVIII, siendo muy afamados y visitados a finales del siglo XIX y principios del XX, en plena "belle époque" de efervescencia alpina. 

Desde entonces solo podemos contar la historia de su declive, habiendo retrocedido varios kilómetros entre los años 1940 y 1980, entrando en avanzada fase de regresión en 1984 y en ocasiones encogiéndose a un ritmo fenomenal de 70 cm. por día. Este comportamiento cíclico está bien ilustrado por un sello postal emitido en 1946, que representa la vista de la Iglesia Anglicana de Santiago (templo construido en 1931, con un altar panorámico para aprovechar su ubicación), donde en 1954 el glaciar había desaparecido de la vista de la iglesia. Augurando los científicos que el glaciar Franz Josef se retire 5 km. y pierda el 38% de su masa para el 2100 en un escenario de calentamiento de mediano alcance.  

La primera descripción europea de uno de los glaciares de la costa oeste (posiblemente el Franz Josef) se hizo en el tronco del barco Mary Louisa en 1859. Independientemente de su declive, la zona representa un interesante lugar en medio de la West Coast, con los glaciares Franz Josef y Fox que se abrieron camino por los valles a tan solo 250 metros sobre el nivel del mar. Distantes tan solo 24 km, el glaciar Franz Josef conserva en la actualidad una longitud de unos12 km. manteniendo el Fox unos 13 km. siendo este último uno de los glaciares más accesibles del mundo. 

En la actualidad se pueden realizar unas cortas caminatas hasta llegar a observar su morrena terminal, pero casa vez esta queda más lejos. Siendo cada vez más usados los helicópteros por parte de los visitantes, para admirar la inmensidad de estos ríos de hielo. A tan solo 5 kilómetros del mismo pueblo de Fox, desviándonos por la Cook Flat road, se encuentra el hermoso lago Matheson. Una de de las imágenes más fotografiadas de Nueva Zelanda, cuando en los días despejados se reflejan sobre sus cristalinas y serenas aguas las imágenes del glaciar Fox, el Monte Tasman y el Monte Cook, y cuando la bruma cubre la lamina de agua esa estampa aun se hace mas bucólica. 

El próximo artículo estará dedicado a las montañas Aspiring y el Paso Haast, las tierras de Fiordland y el mágico fiordo Milford Sound.